Columna de Andrea Fuenzalida
El terror a ser evaluado: De víctima a protagonista
Hace ya varios años que me dedico a “evaluar personas” en contextos organizacionales. En esta instancia, evidencio los temores de algunos entrevistados, que son válidos, ya que en ciertos casos se están jugando una importante carta en relación con su futuro laboral.
Basta con escuchar sus expresiones ansiosas como “cuéntame cómo me fue” al terminar una evaluación, buscando terminar con la incertidumbre y conocer rápido el final de la historia, pasando a la última página sin haber leído el libro. De la misma manera, muchos conocidos se me acercan pidiéndome “tips” para saber que responder en una entrevista o saber las respuestas correctas de los test (como si yo pudiera adivinar qué les van a preguntar o si existieran sólo dos pruebas en el mundo), porque sienten que se están jugando la vida en esa instancia.
Y no sólo en contextos de selección he visto esta actitud, en general las personas no nos sentimos cómodas cuando se nos está evaluando, en todo lo que implique ser cuantificado, medido, clasificado, aceptado/rechazado, premiado/castigado, etc. Ejemplos hay de sobra: evaluación de desempeño, subirse a la pesa, dar la PSU, el examen del colesterol, los radares de control de velocidad, el control de presupuesto, el ser o no seleccionado para un puesto y tantos más. Sin duda, en todos los casos el proceso de evaluación puede ser poco grato y/o las consecuencias de un resultado negativo pueden ser ingratas en lo inmediato: la pérdida de un bono, tomar conciencia de esos kilos de más, no ingresar a la universidad que uno aspira, cambiar ciertos hábitos de salud, pagar una multa de tránsito, tener que responder por indicadores incumplidos, no ser seleccionado para ese trabajo que nos interesaba…
El tema es esa mirada cortoplacista, esa dificultad para tolerar la frustración de que las cosas no resulten como esperamos, sin ver que toda evaluación busca movilizarnos a lograr cambios positivos: tener que hacer cambios para ser mejores profesionales, desarrollar un estilo de vida más saludable, ingresar a una universidad cuya exigencia sea más acorde a nuestras capacidades, seguridad vial, asumir responsabilidad acordes a nuestras capacidades, y tantos otros.
Como todo en la vida, existen dos alternativas: o nos dejamos dominar por la ansiedad que nos producen estas situaciones y las vivimos como eventos externos sobre los que no tenemos control, desde una perspectiva de víctima, o bien aprendemos a valorar estas instancias como oportunidades para mejorar día a día, transformándonos en protagonistas. El tener una actitud más receptiva a estos procesos, que implique tomar los resultados de una evaluación como feedback de nuestro desempeño en la vida, nos permitirá seguir creciendo en todo ámbito de la vida. Sin duda, siempre podemos ser mejores, perdamos el miedo.
Andrea Fuenzalida U
Gerente de Evaluación de SommerGroup®
Noviembre 2013