Cada inicio de un nuevo año nos proponernos nuevas metas en el ámbito laboral, y generalmente éstas son más altas que las del año anterior. Esto es positivo a la hora de pensar en grande y plantearse desafíos, pero lo difícil es implementarlas. Para poder cumplirlas y no dejar que se conviertan en meros sueños, proponemos idear un cómo y un cuándo.
Si iniciamos el año diciendo “en el 2012 quiero conseguir un ascenso”, o “quiero cambiarme de área o de empresa”, estas metas serán aún genéricas, poco concretas.
Para que la definición de la meta sea efectiva, primero hay que ponerle “nombre y apellido”, especificarla. Proponemos hacerse preguntas más acotadas, según el caso: ¿Qué me desafía?, ¿Cuáles son mis fortalezas?, ¿A que posición o proyecto aspiro según mis competencias?, ¿Cuál es el área donde desarrollaría mejor mi potencial?, ¿Con qué tipo de empresa me siento alineado respecto de su cultura, para adaptarme mejor?
Una vez que se tienen metas concretas y mensurables, incorporamos la temporalidad, establecemos plazos de cumplimiento realistas de éstas. Algunos tienden a caer en “excepciones o resquicios”, y al poner un plazo concreto evitamos la “crónica de una muerte anunciada” de la meta, diluyéndose en meras intenciones.
Al poner un plazo de cumplimiento, se podrá planificar en etapas las distintas acciones para llegar donde se quiere. Así se planifica una serie de pasos diarios, que nos acerquen más a nuestra meta. Si la meta no es concreta, y no tiene un plazo, probablemente nos terminaremos rindiendo.
Definir de este modo las metas, nos exige un mayor compromiso, ya que día a día podremos tener un parámetro medible de si estamos más cerca, más lejos o a la misma distancia de donde declaramos que queríamos estar, pudiendo hacer cambios y mejoras en el camino.
Aprovechando el inicio de este nuevo año, definamos nuestras metas para este 2012, y junto a cada una de ellas, desarrollemos un plan, mes a mes, semana a semana y día a día, para llegar hasta donde queremos.