Hace varios años un prestigioso profesor chileno de Dirección de Personas, Carlos Portales, le hizo esta misma pregunta a un profesor estadounidense que dictaba una clase sobre Ética y organizaciones en la escuela de negocios de la Universidad Católica de Chile. El profesor americano, no sin algo de incomodidad, respondió que sí, que efectivamente era rentable ser ético y que tenía estudios que lo demostraban, pero que lamentablemente no los andaba trayendo. No sé lo que habrá pensado Carlos de los titubeos del conferenciante, pero no puso cara de estar muy convencido. Por mi parte, tampoco lo estaba.
Más de diez años después de ese momento quisiera decirlo en este artículo.
¿Es rentable entonces ser ético?
Cuando hablo aquí de rentabilidad no me refiero a la rentabilidad emocional ni moral, sino lisa y llanamente a la obtención de un retorno económico como consecuencia del comportamiento moralmente recto; es decir, a conseguir dinero contante y sonante.
La respuesta la podríamos dividir en dos partes. La primera es ésta: puede que sea rentable, puede que no lo sea; y la segunda: da lo mismo.
Partamos explicando la primera parte.
Efectivamente, es posible que en alguna ocasión la rectitud moral tenga como efecto colateral un beneficio económico. Un empresario, un CEO o cualquier tomador de decisiones pueden valorarla tan grandemente que estén dispuestos a pagar bastante o más que bastante por tener en sus filas o de aliado a alguien de reconocida integridad moral. Quién mejor que un hombre íntegro para cuidar mis intereses.
Del mismo modo, un grupo importante de clientes puede valorar de tal manera a una empresa, por la calidad de sus productos o servicios (porque hacer las cosas bien técnicamente también es parte de ser rectos éticamente) y por la forma en que son tratados, que con su fidelidad y su recomendación pueden determinar el éxito de dicha empresa. Cuántos no son acaso los profesionales y las empresas que fundan su éxito en su reputación, por ejemplo.
Sí, es cierto que en este sentido la Ética puede ser rentable. Es lógico esperarlo, por lo demás. Parece de sentido común que ser éticos traiga alguna recompensa, aunque sea poca: moral, por cierto, pero también material (todos tenemos que vestirnos y comer); y que no ser ético, por su parte, tenga algún castigo, aunque sea poco. No es tan fácil concebir que la ausencia de ética se pueda salir con la suya siempre o para siempre.
Pero en la práctica esto no necesariamente se da. Es decir, la conducta conforme a la ética, en más de una ocasión, puede no ser rentable; o peor aún, conducirnos directamente el fracaso y algunas veces incluso a la muerte.
Entremos a la segunda parte de la respuesta: da lo mismo si la conducta Ética es rentable económicamente o no. Da exactamente lo mismo. ¿Por qué?
Porque la Ética nos pone en relación con los bienes más altos que un hombre puede alcanzar, aquellos más allá de los cuáles no hay bienes mayores, como por ejemplo la experiencia del amor. Nadie ama a su hijo porque es rentable. De hecho, es más rentable no tener hijos, pero se pierde algo que el dinero no paga: la experiencia del amor filial. Uno ama a sus hijos por ellos mismos. Ellos mismos y su bien son lo que buscamos, más allá de su rentabilidad.
El dinero, en cambio, es un bien instrumental. Es decir, siempre se quiere para otra cosa. Para comprar comida, una entrada al cine, un libro, un anillo de compromiso… El dinero es sólo un medio. Sólo eso. Lo que la ética hace es poner los medios al servicio de los fines y no al revés.
Valga aclarar que las empresas no son éticas, sólo lo son las personas. La ética es el recto orden de la libertad humana y las empresas no son personas, no están vivas ni son libres. Son, eso sí, la prolongación, o la expresión, de la acción de personas libres: sus dueños o los ejecutivos del equipo de administración. Ellos son por tanto, los que pueden ser juzgados éticamente.
Sí, es cierto, las empresas deben ser rentables así como en el fútbol hay que hacer goles, pero el dinero no es el fin supremo del hombre, es sólo un medio y como tal nunca debe ponerse por encima de fines superiores, que esto es lo mismo que ponerle precio a nuestra cabeza, lo mismo que vender a un hijo por un plato de lentejas o a un amigo por treinta monedas de plata.
Fuente: Pedro Ramírez,
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